Anoche, unos abriles granas capitularon
ante mis mayos desarmados de juventud;
los marfiles histéricos de su beso me hallaron
muerto; y en un suspiro de amor los enjaulé.
Espiga extraña, dócil. Sus ojos me asediaron
una tarde amaranto que dije un canto a sus
cantos; y anoche, en medio de los brindis, (me hablaron
las dos lenguas de sus senos abrasadas de sed).
Pobre trigueña aquella; pobre sus armas; (pobres
sus velas cremas que iban al tope en las salobres
espumas de un mar muerto. Vencedora y vencida).
se quedó pensativa y ojerosa y granate.
Yo me partí de aurora. Y desde aquel combate,
de noche entran dos sierpes esclavas a mi vida.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario